El Museo Experimental El Eco fue un proyecto realizado por el artista alemán Mathias Goeritz. La moderna propuesta arquitectónica, inaugurada en 1953, formaba parte del programa de arquitectura emocional concebido por él mismo. Pilar Pellicer conoció a Goeritz en casa del empresario y coleccionista Daniel Mont, quien fue el impulsor y mecenas de El Eco y que organizaba asiduamente reuniones con artistas e intelectuales, a las que Pilar asistía con frecuencia. Entre la joven bailarina de escasos veinte años y el artista alemán surgió una estrecha amistad; a Pilar le fascinaba escucharlo y él disfrutaba pasear con la joven, platicarle sus proyectos y andanzas por el mundo.
En 1954, Alfonso Soto Soria, a petición de Goeritz, realizó un mural en El Eco a partir de unos bocetos hechos por Henry Moore en una visita, ese mismo año, al estudio de Diego Rivera. La integración de esta obra al proyecto fue el pretexto para invitar a Pilar a ejecutar una improvisación. La arquitectura emocional de Goeritz contemplaba la noción de obra de arte total, y por eso su interés en integrar cuerpos en movimiento en el espacio de El Eco. La intervención no se presentó al público, el evento fue registrado en una serie fotográfica que muestra a la joven Pilar improvisando movimientos de danza en el espacio arquitectónico e interactuando con las obras escultóricas y murales que lo integraban.
Simon Starling, El Eco. Película 35 mm a color con sonido HD. Dimensiones/duración: dimensión de la proyección variable/ 11 min 18 seg (loop) Fragmento del original, duración de 3 minutos, 2014.
Fragmento de
El Eco
Película 35 mm a color con sonido HD. 2014.
El Eco (2014) trata sobre los rastros de una obra casi olvidada del escultor británico Henry Moore, creada en los primeros tiempos del Museo Experimental El Eco en la Ciudad de México, y la interpretación de danza de una joven bailarina, Pilar Pellicer, concebida en torno al trabajo de Moore en 1953 junto con el artista alemán Mathias Goeritz, fundador y arquitecto de El Eco. Filmada en el Museo Experimental El Eco en 2014 durante las celebraciones de la festividad mexicana del Día de Muertos, esta película acecha a la arquitectura de Goeritz —hoy cuidadosamente restaurada— con su propio pasado interdisciplinario. Durante una visita a México en 1953, Henry Moore fue invitado al hogar del pintor Diego Rivera y quedó impresionado por las enormes calacas y judas de papel maché que colgaban en el pasillo. En las últimas páginas de su itinerario de viajes, Moore realizó unos bocetos rápidos de estas figuras esqueléticas que se preparan tradicionalmente para el Día de Muertos. Tras una reunión con Mathias Goeritz, estos bocetos se reprodujeron en paneles de grisalla sobre masonite de seis metros de altura y se fijaron sobre las paredes del espacio principal de El Eco.
Para inaugurar el mural, Goeritz invitó a Pilar Pellicer, una bailarina de 15 años, a improvisar en ese espacio con estas enormes figuras esqueléticas como una escenografía de fondo, sumamente cargada. La danza nunca se coreografió ni se presentó al público, pero las pocas fotografías en blanco y negro que quedan de este “no evento” se volvieron importantes herramientas de promoción para el proyecto de Goeritz, que consistía en crear un espacio cultural interdisciplinario en el que coexistieran la arquitectura, la música, la danza y las artes visuales. Al invitar a Pilar Pellicer —hoy en día, una actriz célebre con una larga trayectoria en el teatro, cine y televisión— a volver a El Eco, y por medio de una variedad de fotos fijas de 1953 utilizadas como fotogramas clave para estructurar el guion de la película, El Eco traza la búsqueda retrospectiva de Pellicer de aquellos pocos momentos congelados, e inmortalizados en blanco y negro, una indagación que implica evocar a la quinceañera de antes, al mismo tiempo que confronta las limitaciones de su cuerpo, a sus 76 años. Su cuerpo casi nunca la traiciona mientras vuelve a representar el aplomo y vitalidad de su versión más joven. Al hacer una introducción momentánea con la imagen en movimiento contemporánea de los “fotogramas fantasma” de 1953, poblados por las vastas criaturas esqueléticas de Moore, El Eco —una especie de sesión espiritista institucional— fluctúa constantemente entre el pasado y el presente. La misma Pellicer parece oscilar entre el ahora y el entonces, pues en ciertos momentos convoca una vez más su energía juvenil, y en otros se refugia en sus propias reminiscencias introspectivas. La ausencia de cualquier coreografía real en la danza de Pellicer de 1953 construye un fascinante espacio libre entre los pocos momentos fotográficos que sobreviven: un espacio de especulación y desplazamiento.
La narrativa visual del entonces y el ahora de El Eco se enriquece con una delicada pista musical para contrabajo solo, compuesta y tocada por el músico, afincado en Chicago, Joshua Abrams. Esta austera pista de sonido combina alusiones sutiles a las canciones populares tradicionales de México relacionadas con el Día de Muertos. Momentos intermitentes de sonido ambiental y el ocasional clic metálico de un obturador fotográfico avivan el sentido de una realidad fracturada y fragmentada.