Semblanza
Armando de Maria y Campos Herrera
“Desde que empecé a trabajar en 1917, no he vivido de otra cosa, hasta este año de 1940 (que es cuando escribo esto), no he vivido mal, no me privo de darle gusto a casi todos los sentidos. Claro que no he vivido solamente de mis libros, sino también de escribir como periodista, y de distintos trabajos que he tenido relacionados con las letras.”
Armando de Maria y Campos
Nació en la Ciudad de México el 23 de mayo de 1897. Hijo de Antonio de Maria y Campos y de María Herrera, desde pequeño se aficionó a las bellas artes, particularmente a la música influenciado por su padre, un destacado músico, compositor y director de orquesta de ópera y zarzuela.
Huérfano de padre en 1903, su madre se preocupó por darles una buena educación, a él y a su hermano Ernesto, para lo cual recurrió al sistema de becas que ofrecía el Instituto Científico de México Mascarones, en el que Armando permaneció en calidad de interno de 1905 hasta 1914, cuando Venustiano Carranza tomó la Ciudad de México. El colegio, perteneciente a la Compañía de Jesús, fue cerrado temporalmente.
Reubicado en el Centro de Estudiantes Católicos Mexicanos descubrió su vocación como periodista al desempeñarse como secretario de redacción del órgano informativo de la escuela, la revista mensual El estudiante, dirigida por Julio Jiménez Rueda. También trabajó como reportero en El liberal, cuyo director fue Jesús Urueta.
Del colegio marista pasó a la Escuela Nacional Preparatoria para estudiar leyes. En aras de sostener sus estudios, incursionó en el periodismo profesional como reportero en periódicos como El pueblo y Acción mundial. En éste último publicó reportajes sobre el Congreso Constituyente reunido en Querétaro en 1917.
Sin embargo, la política no fue su pasión, sino el teatro. Comenzó a reseñar la vida teatral en varios periódicos y revistas a lo largo de su vida. Preservó sus testimonios en las columnas especializadas de diferentes diarios y en varios volúmenes. Todos estos registros dan cuenta de su pensar y sentir el teatro.
Se casó en primeras nupcias con la señora Ester Cabrera, con quien no tuvo hijos; se divorciaron luego de 25 años de convivencia. Pero el amor lo esperaba a la vuelta de la esquina, pues en 1945 contrajo matrimonio con la actriz juvenil Beatriz San Martín; tuvieron tres hijos: Nácar, Perla y Ernesto.
En su esposa don Armando no sólo encontró el amor incondicional, sino también a una admiradora y asistente, quien, luego del fallecimiento de éste, se dedicó con ahínco y entusiasmo a recopilar y publicar su obra póstuma, logrando llevar a la prensa cerca de 13 libros que el cronista dejó prácticamente formados.
En el campo teatral, don Armando no se restringió a la crónica: abarcó una serie de actividades como la actuación, dramaturgia, traducciones y adaptaciones, producción, investigación, al igual que las labores propias de un funcionario público. A éstas se sumaron la creación literaria (poesía y novela), su interés por la historia de México y su afición a la fiesta taurina. En todas ellas dejó su huella a través de diversas publicaciones.
Ávido lector, siempre estuvo al tanto, no sólo por lo que pasaba en el teatro de México, sino también del mundo, de ahí que escribiera libros en los que abordaba la vida y el teatro en otros países como España e Israel. Además, estableció relaciones epistolares con sus colegas de otras latitudes, lo que imprimía actualidad a sus notas y permitió la conformación de un gran archivo que era la envidia de varios críticos de México.
Con toda una vida dedicada al teatro, falleció el 10 de diciembre de 1967 a causa de un paro cardiaco.
La intensa labor de Armando de Maria y Campos en el teatro dejó sus frutos: un centenar de libros, un fondo documental que fue el punto de arranque de la investigación teatral en el Instituto Nacional de Bellas Artes y la infinidad de crónicas publicadas en periódicos y revistas que se constituyen, hoy en día, como fuentes de consulta obligadas para aquellos interesados en nuestra historia teatral. Es por ello que se erige como una figura insigne del teatro de México y del mundo.
Salvador Novo le hizo justicia al afirmar sobre sus aportaciones: “Cuanto a don Enrique de Olavarría y Ferrari debe la historia de teatro en México en el pasado, se lo deberá, y mucho más, a Armando de Maria y Campos un presente, un siglo XX, bastante más complejo y difícil de registrar”.