Traductor/Adaptador

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“Adapta quien hace apta para ser representada una obra que no lo es.”

Armando de Maria y Campos

Semblanza

Hacia 1920, don Armando advirtió el declive de las obras españolas en las carteleras teatrales de México. La exclusividad otorgada a compañías que nunca las montaban, las altas exigencias monetarias de los autores o bien porque no todas merecían representarse en nuestros teatros fueron factores que abonaron a este fenómeno.

Ante tal panorama, productores y compañías giraron su vista a los dramaturgos franceses, ingleses y, en menor medida, norteamericanos. Destacaban las obras que montaba Virginia Fábregas, cuyas puestas se hacían con tal lujo que competían con las que se presentaban en Francia.

Atendiendo a la demanda de compañías como la de Mercedes Navarro, ávidas de obras de nuevos autores, y considerando que los traductores de su tiempo no satisfacían la curiosidad de un público que no sabía lo que quería ver, don Armando decidió incursionar en la traducción y adaptación de obras. El ánimo que lo impulsó fue el hecho de que, consideraba, no había el menor respeto a las obras, cuyas traducciones eran programadas de última hora, luego de integrada la compañía, contratado el teatro y programado el estreno.

En clara oposición a la traducción de las traducciones, se pronunció porque éstas fueran de primera mano, es decir, a partir de los textos en su idioma original, bien cuidadas y no meras trasplantaciones adaptadas al medio mexicano. Se trataba pues, de una actividad que exigía, no sólo el conocimiento del idioma, sino la posesión de un amplio léxico que permitiera elegir las mejores expresiones para no traicionar la obra y hacerla comprensible al público al mismo tiempo.

La actividad de Maria y Campos como traductor y adaptador abarcó dos décadas en las que trabajó aproximadamente veinte obras de autores ingleses y franceses, primero en solitario bajo el seudónimo de Horacio Herrera y después en colaboración con José Manuel Ramos. Acorde con la costumbre imperante de su tiempo, alrededor de los años veinte y treinta, de traducir las obras publicadas en La petite Ilustration que se ajustaran a las facultades de las actrices de entonces, don Armando hacía lo propio para compañías como las de Mercedes Navarro, Luis G. Barreiro, Fernando Soler, Virginia Fábregas y María Tereza Montoya.

Para la Compañía de Mercedes Navarro, tradujo y adaptó obras como La verdad desnuda de James Montgomery (1923) y El refugio de Darío Nicodemi (1923). Luis G. Barreiro se anotó un gran éxito con La casa llena de Fred Jackson que se presentó de septiembre a noviembre de 1923 en el Teatro Ideal y continuó su temporada durante diciembre en el Teatro Casino.

Especial fue su relación con Fernando Soler, quien llevó a escena Nada más que la verdad de James Montgomery en 1935, año en que, a raíz del éxito que tuvo El alma de Nicolás Snyder de Jerome Klapka con la Compañía de Virginia Fábregas, le encargó la traducción de otra obra del autor. Ésta fue El inquilino del tercero que no llegó a representarse porque la temporada de la compañía concluyó antes de lo previsto. Años más tarde, Ricardo Mondragón se interesó en ella, pero al no ajustarse ni a su figura, ni al temperamento de María Tereza Montoya, desistió “y la traducción cayó al fondo del cajón en que se olvidan los actos fallidos”, recordaría Armando de Maria y Campos en su crónica de Novedades publicada el 9 de noviembre de 1948 a raíz del estreno de la obra montada por la Compañía de Ernesto Vilches el 5 de noviembre de ese año.

Además de su amistad con Virginia Fábregas, don Armando estableció una relación profesional con la eminente actriz. Para ella tradujo obras como El alma de Nicolás Snyder de Jerome Klapka, estrenada el 19 de febrero de 1935 en el Teatro Virginia Fábregas; La flor del chícharo de Eduardo Bourdet y Dios se lo pague de Joracy Camargo. Éstas últimas dos formaron parte del repertorio en la gira artística que la Compañía de la Fábregas realizó en 1936 por el interior de la república, la cual empezó el 9 de mayo en el Teatro La Palma de Tampico, Tamaulipas.

Dios se lo pague tuvo un especial significado para la trayectoria de Maria y Campos en su faceta de traductor, no sólo porque tuvo la oportunidad de practicar su portugués, sino porque puso de manifiesto su conocimiento y dominio del acontecer teatral en Latinoamérica. Esto le permitió conocer el éxito de la obra de Camargo en los teatros de las grandes capitales como Buenos Aires, Montevideo y Santiago de Chile, y hacerse del libreto a través del también autor brasileño Oduvaldo Vianna.

Una vez propuesta a doña Virginia, se aprestó a obtener los permisos para su traducción al castellano en exclusividad para la compañía de la actriz que la incluiría en su gira por México, Cuba y España. En marzo de 1948, se presentó simultáneamente en el Arbeu con Andrés Soler y en el Ideal por Miguel Manzano.

Para la Compañía de María Tereza Montoya tradujo, en colaboración con José Manuel Ramos, Canadá, alta comedia en tres actos de la autoría de Cesare Giulio Viola que, dirigida por Antonio Mediz Bolio, se estrenó el 20 de enero de 1934. También hizo la traducción de Celos de Luis Verneuil que formó parte del repertorio presentado en la gira por el interior de la república durante 1936.

Otras obras traducidas y adaptadas por don Armando fueron El convidado invisible de Owen Davis, estrenada el 28 de junio de 1935 en el Teatro Arbeu por la Cía. de Comedias Misterio con Pilar Fernández. La comedia formó parte del repertorio de la Temporada de comedia musical que Adriana Lamar presentó en 1944 en el Teatro Lírico.

Lamentablemente no logró que se llevara a escena Adán de Oduvaldo Vianna de la que tradujo el primer acto en calidad de adelanto y que dio a leer a Fernando Soler para su posible montaje en 1938. “No sé todavía si lo leyó, pero nunca me dio el original”, escribió en su crónica en Novedades del 11 de abril de 1947. Entre las traducciones que tampoco se representaron están Escrúpulos de Marcel Pagnol (1935), Crimen de Louis Verneuil (1936) y La vuelta del hijo pródigo de André Gide (sin fecha).

Los estrenos se sucedían unos tras otros, de ahí que los traductores trabajaran a marchas forzadas para tener a tiempo las obras que se montaban inmediatamente. Del vértigo característico de esta actividad, da cuenta don Armando en su crónica publicada en Novedades el 4 de junio de 1950: “La bella pieza de Colette La vagabunda fue traducida al vapor. Mercedes ensayaba sobre los materiales directos, sin corregir siquiera las erratas de máquina; el último acto se lo entregamos la tarde de la víspera del estreno. Así se hacía el teatro en México entonces”.